Es la tercera carta que escribo para que la lean en mi funeral. Dicen que a la tercera va la vencida. Ésta me gustaría que la leyera mi hermano Juan.
La primera la escribí en el 82, el año del naranjito, con 40 años y un cáncer de ovarios que creía se me llevaba al otro barrio. ¡Qué buena fuí en esa carta! ¡Cuántas mentiras! que si gracias por haber estado a mi lado, que si qué buenos todos: a mamá (que en paz descanse) le decía que no llorase, anda que si llegas a estar viva ahora te iba a decir eso, si me amargaste la vida todo lo que pudiste y más, si me tuviste trabajando desde los 11 años mientras mis 2 hermanos vivían como reyes, la suerte que pude salir del pueblo y marcharme de interna a casa de la duquesa en Sevilla, y ni por esas, tonta de mí, que te seguía mandando dinero y me teníais engañada entre todos, que cuando te enterramos me enteré de dónde te gastabas las perras: ¡en el bingo! que la casa no te la quitó el banco, que la tuviste que empeñar por las deudas del juego, mira, mira, y yo, la tonta de mí, no te ponía de santa para arriba ni nada en esa carta, cada vez que me acuerdo... Total, que en el 92, el año de la expo, no solo no me había muerto sino que cocinaba mejor que antes, que la señora duquesa, que eso sí que era una señora, se encargó de mandarme a cursos de etiqueta y cocina. Y rompí la carta.
La segunda la escribí en el 2002, cuando mi jubilación anticipada a los 60, que para eso la señora era muy moderna y la señora me había regalado un viaje a la República Dominicana para celebrarlo y yo, que nunca había montado en un avión, me temía lo peor, estaba segura de que del viaje no volvía, que si no se caía el avión, a mí allí me pasaba algo. Y en esa carta ya sí me despachaba un poco más. Mamá ya había muerto pero ni la mentaba, eso sí a tí, Antoñito, hermano mío, te decía cuatro verdades que te repito ahora: Antoñito, hazle la prueba del adn a tu hijo. Y ya no te digo más, vamos que de las 4 verdades te digo ésta y las otras 3 se las preguntas a tu mujer. Como ya sabéis fuí a la República Dominicana y volví, así que rompí la segunda carta.
Lo que no sabéis es lo de mi segunda juventud: ese mulato que me traje de vuelta que os dije que era el hijo de una amiga que venía a estudiar, pues sí, es lo que os estáis imaginando, yo con 60 años, y Miguelón con 25. Ay Miguelón, si estás en mi funeral, que no creo, no tengo nada que reprocharte, que me dejaste al año y medio y te llevaste el collar que me había regalado la señora ¡ay mi niño! si te lo dejé medio escondido para que te lo llevaras, que te lo ganaste bien ganado, menos mal que no descubriste dónde guardaba el resto de joyas y el dinero, si es que de bueno eras bobo, si el collar te lo puse en bandeja y me costó que lo encontraras, ay bendito mío, ojalá te esté yendo bien, que con lo guapo y tonto que eres alguna pelandrusca se va a aprovechar de tí, pero ya aprenderás.
Ahora tengo 73 años y el corazón me está fallando. En esta carta voy a contar un chisme: la duquesa se tiraba pedos, pero muchos, la pobre, cuando se tiraba uno tosía para disimular y al final se fastidió la garganta; Y lo del jardinero era verdad, pero cuando el duque ya no estaba, ojo, que la duquesa era una señora. Por si ésta es mi última carta te doy un consejo: lo que hagas, esté bien o mal visto, si lo haces con el corazón, seguro que es bueno. Si vivo un poco más en la próxima carta os cuento lo de las visitas de la reina a casa de la señora ¡esa sí que sabía vivir!
foto: protocolo.org |
<<Aquí yace una que hacía las cosas con el corazón, las buenas y las malas>>