miércoles, 27 de abril de 2016

Mala Compañía

Salgo de los juzgados cabizbajo. Estoy triste y solo. 

Me siento en un banco en la Plaza del Adelantado, hace un día de estos fríos laguneros: el cielo está encapotado pero no llueve y la luz es mágica. 

Me miro los zapatos, brillan, desde la mili en Paso Alto tengo la costumbre de cepillarlos antes de salir de casa, sonrío, si mi madre me viera estaría orgullosa, con la de veces que me decía en mi Sevilla natal que iba siempre con los botines sucios, que parecía salido de las tres mil viviendas. 

La mili me cambió muchas cosas: mi residencia, mis amigos y mi, desde hace veinte minutos, ex-mujer. Levanto la cabeza y miro al frente, hay unas furgonetas blancas de reparto atascadas, no suena ningún claxon, son de estos furgones que no tienen ventanas, me pregunto si habrá alguien dentro atrapado, como yo lo estaba: atrapado, sin gritar y sin abrir la puerta, resignado. 

Levanto aún más la mirada y me fijo en la frondosidad de los árboles, todos verdes, todos menos uno, hay uno delante que está seco, todos alrededor están sanos y parecen felices pero él se está muriendo, hay un cable que lo roza, que le transmite malas vibraciones, él no se da cuenta, no sabe por qué se muere pero yo lo veo, lo veo y no se cómo avisarle ni cómo apartarlo de él, el cable lo está matando, no se da cuenta; Sus amigos seguramente se den cuenta, y la gente que se pare a mirar se dará cuenta, pero él no hace nada, no se mueve, se queda así, muriendo, mientras el cable vibra y se ríe de él y le desprecia y le ahoga y seguramente si alguien cortara el cable el árbol se sentiría triste y solo, y no sabría por qué y solo lo comprendería todo si pudiera tomar distancia y viera a otro igual que él: se entristecería y solo entonces sabría que lo mejor era cortar el cable y solo entonces volvería a sentirse feliz, dejaría de preguntarse por qué y recuperaría el verdor y las ganas de vivir.


Foto: Miguel Ángel Roldán. Web: salacamara.com